Querido Moro:
¡Qué gracioso! Buscando en mi baúl de estrellas encontré el libro que escribiste e ilustraste para mí, donde el personaje principal era yo, una sirenita tonta que se quedaba varada en una playa, y tú el rey Tritón que iba a buscarme.
Si lo piensas, nuestra relación es así, yo me pierdo y tú quieres buscarme pero no te das cuenta de que la marea alta que me lleva a la deriva la provocas tú, mi estimado Tritón.
¿Será cierto lo que dicen? Tú sabes, la cuestión psicológica esa cuyos fundamentos explican que cuando dos personas se llevan mal no necesariamente es porque poseen diferentes personalidades, sino porque sus personalidades son iguales.
Tengo miedo de que sea verdad esa teoría, porque creo que sí debes enterarte que no quiero parecerme a ti, no quiero hacer lo que tú haces ni quiero caer en un estado de depresión absurda como tú lo haces.
Tus malditas pastillas antidepresivas que según tú te ayudan con tu insomnio me destruyen la vida como no tienes idea, a veces me pareces el ser más despreciable por tus cambios de ánimo, y otra veces te amo más que a nadie en este mundo porque me dices que me quieres y que quieres hacerte cargo de tu rol en mi vida.
No sé la verdad cómo he de sentirme estando yo en tan tierna edad y tú ya tan viejo, nunca sabré cómo será cuando te mueras, si lloraré, si me sentiré mal por los malos ratos o sino me afectará en lo más mínimo.
Hay ratos- sé que tú también los tienes- en los que me pongo a pensar en nuestra vida anterior, cuando vivíamos en Monterrico y me decías que ibas a plantar un eucalipto tan grande que podríamos verlo siempre, hasta el día en que ya no estuviésemos ahí. Yo no te creía, pero tú me demostraste lo contrario plantando el inmenso árbol que creció como ningún otro en mi vida, nunca quise ver otro árbol que no fuera ese y hasta ahora no encuentro ninguno que se le parezca.
Me di cuenta muy tarde de que tú ya no ibas a ver el eucalipto, te ibas a ir a otra parte "cerca" de la casa, y te fuiste lejos Moro, cambiaste tanto que casi no te reconocía y me dabas miedo cuando me mirabas enfurecido como si yo tuviese la culpa de las decisiones que tomó mamá.
Odiaba ese sitio, era pequeño y tú consumías todo ese espacio con tu letargo infinito y tu amargura que te saltaba del pecho cada vez que llegaban malas noticias, pero me acostumbré por ti, porque aunque te cueste creerlo quería verte bien.
Nos hicimos entender que el teatro no funcionaba entre nosotros, éramos dos personalidades disfuncionales que se extorsionaban hasta perder el control del sentido, no podíamos ser amigos, no podíamos llevarnos bien y simplemente nos resignamos.
Pasaron años así Moro, alejados el uno del otro como dos extraños, hasta que un día volviste conmigo, me abrazaste y me pediste que no me fuera nunca más de tu vida y yo acepté, ahora somos dos conocidos porque nunca podremos sanar las heridas y volver a ser lo que fuimos cuando respiré por primera vez: Padre e hija.
¡Qué gracioso! Buscando en mi baúl de estrellas encontré el libro que escribiste e ilustraste para mí, donde el personaje principal era yo, una sirenita tonta que se quedaba varada en una playa, y tú el rey Tritón que iba a buscarme.
Si lo piensas, nuestra relación es así, yo me pierdo y tú quieres buscarme pero no te das cuenta de que la marea alta que me lleva a la deriva la provocas tú, mi estimado Tritón.
¿Será cierto lo que dicen? Tú sabes, la cuestión psicológica esa cuyos fundamentos explican que cuando dos personas se llevan mal no necesariamente es porque poseen diferentes personalidades, sino porque sus personalidades son iguales.
Tengo miedo de que sea verdad esa teoría, porque creo que sí debes enterarte que no quiero parecerme a ti, no quiero hacer lo que tú haces ni quiero caer en un estado de depresión absurda como tú lo haces.
Tus malditas pastillas antidepresivas que según tú te ayudan con tu insomnio me destruyen la vida como no tienes idea, a veces me pareces el ser más despreciable por tus cambios de ánimo, y otra veces te amo más que a nadie en este mundo porque me dices que me quieres y que quieres hacerte cargo de tu rol en mi vida.
No sé la verdad cómo he de sentirme estando yo en tan tierna edad y tú ya tan viejo, nunca sabré cómo será cuando te mueras, si lloraré, si me sentiré mal por los malos ratos o sino me afectará en lo más mínimo.
Hay ratos- sé que tú también los tienes- en los que me pongo a pensar en nuestra vida anterior, cuando vivíamos en Monterrico y me decías que ibas a plantar un eucalipto tan grande que podríamos verlo siempre, hasta el día en que ya no estuviésemos ahí. Yo no te creía, pero tú me demostraste lo contrario plantando el inmenso árbol que creció como ningún otro en mi vida, nunca quise ver otro árbol que no fuera ese y hasta ahora no encuentro ninguno que se le parezca.
Me di cuenta muy tarde de que tú ya no ibas a ver el eucalipto, te ibas a ir a otra parte "cerca" de la casa, y te fuiste lejos Moro, cambiaste tanto que casi no te reconocía y me dabas miedo cuando me mirabas enfurecido como si yo tuviese la culpa de las decisiones que tomó mamá.
Odiaba ese sitio, era pequeño y tú consumías todo ese espacio con tu letargo infinito y tu amargura que te saltaba del pecho cada vez que llegaban malas noticias, pero me acostumbré por ti, porque aunque te cueste creerlo quería verte bien.
Nos hicimos entender que el teatro no funcionaba entre nosotros, éramos dos personalidades disfuncionales que se extorsionaban hasta perder el control del sentido, no podíamos ser amigos, no podíamos llevarnos bien y simplemente nos resignamos.
Pasaron años así Moro, alejados el uno del otro como dos extraños, hasta que un día volviste conmigo, me abrazaste y me pediste que no me fuera nunca más de tu vida y yo acepté, ahora somos dos conocidos porque nunca podremos sanar las heridas y volver a ser lo que fuimos cuando respiré por primera vez: Padre e hija.
Mostra Mora
1 comentarios:
Mostra Mora:
Tengo 27 y hasta ahora no logro comprender totalmente a mi padre, es una locura, es un hombre que tiene una obsesión por el conocimiento, pero es incapaz de subvertir las letras en acciones para su vida misma; yo, no sabes cuánto temo ser así, cuando me descubro huyendo del momento de la "acción" regodeándome en los sentimientos y en las palabras; que me alimentan mucho, oh, sí, pero me aletargan. Bueno, no todo es tan terrible tampoco, estos episodios de regodeo me sirven para mi trabajo como creadora, o para simplemnte tener más entendimiento de la vida; y a mi papá lo tomo como es, ya me cansé de tratar de entenderlo, aunque fuera incluso eso, no entender esa pate de mí misma.
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