Hace tanto de la última vez que te escribí, muchas cosas han cambiado desde esas tardes en las que intercambiándonos cartas, nos robábamos sonrisas; y aunque no lo creas también hay otras algunas cosas que no han cambiado, al menos en algún sentido.
En aquellos días, hace ya tres veranos, me despertaba esperando alguna nota tuya, tomaba el desayuno y entre el pan y el café esperaba revisar el correo, generalmente terminaba decepcionado; resulta, o al menos resultaba, difícil que te despiertes temprano. Antes de leer el periódico me prendía de la computadora y nada, escribía una nota contándote lo que había soñado y lo mucho que te quería. A eso de las diez de la mañana ya tenía una respuesta tuya, y mientras cocinabas (porque tenías que hacer algo productivo ese verano) yo iba escribiéndote alguna nota para que pudieses aderezar tu almuerzo. Daban las tres de la tarde y podía sentarme a leer todo los estragos que habías causado en tu mesa (como tu sopa de lentejitas con arroz). A las cinco, bendita hora del té preámbulo de tus palabras en tiempo real. Desde las seis nadie nos detenía, eran nuestras cinco horas de conversación en la red, y yo ya no resultaba tan tonto y tú ya no eras tan torpe, tú te convertías en Mafalda y yo en Correcaminos, y esos días finalizaban con el grito de tu papá que era un punto final bastante trágico porque siempre me faltaba escribir, te amo.
Hoy que has aceptado mi invitación al Hi5 me siento algo confundido, debo confesar que mi invitación te llego de manera masiva y sin intención, pero a pesar de ello también debo confesar que sentí mi corazón sobresaltado al ver tu foto, las que tenía ya las eliminé de mi computadora. Lo curioso es que si bien eliminé toda imagen tuya no pude tocar ninguna de tus notas, conservo todas: la primera, tan corta; la octava, tan extensa; y la última, de una palabra. Ya van pasando seis horas desde que te tengo como amiga virtual, hasta hace unos minutos pensaba en que tal vez pudieses haber terminado con tu enamorado, no lo tienes en ninguna foto; ahora que escribo estas líneas ya no guardo esas esperanzas pero sí puedo decirte, como en aquella última conversación, que te esperaré a orillas de la chimenea. Aún Silvio sigue cantando sus canciones, aún Joaquín sigue escribiendo las letras de la vida, y aún me sigo emocionando al saber de ti. Nunca debiste decirme que siempre me querrías puede que así yo no hubiese conservado la envoltura del triángulo que comimos esa tarde de nuestra primera cita real.
Ya escribí, aunque mal escrito, algo parecido e inferior a lo que siento; Siempre nos burlábamos de las palabras que en ese tiempo no alcanzaban a expresar nuestro cariño. Me despido, siempre queriéndote pero esta vez sin estar seguro de que me leerás.
Mostro Correcaminos
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