Te vi sentado en ese bar de borrachos y aserrín, imposible no verte, destellabas luz, desde tu cabeza rapada y tus lentes de Woody Allen. Era imposible dejar de mirarte. La suerte fue mirarte y que me miraras, sonreírte y que me sonrieras. La mala suerte fue que no estaba sola. Imposible dejar de mirarte. ¿Me echaste la maldición de la mirada china?
Escogí una mesa estratégica, justo en tu campo visual, el Señor Monse me acompañaba. Apuré las chelas, pagué la mitad de la cuenta, el mozo trajo el recibo. Las damas primeras, me dijo Señor Monse; no, no, no seas machista, dije yo. En esas décimas de segundo te di el recibo, con mi email y mi número de celular escritos atrás. ¿No entendiste mi letra, Chino?, nunca me escribiste ni me llamaste.
Tuvieron que pasar unos cinco años para encontrarte de nuevo. Me habían sacado de mis fin de semana de pijamatodoeldía y tú eras el mismo al que no se le podía dejar de mirar. Sí, me lanzaste la maldición de la mirada china, Chino, de nuevo no podía dejar de mirarte, ¡admítelo! Te veía desde la sección de ropa de mujeres. Quería ser la vendedora que te atendió, a la que le devolviste la sonrisa. ¡Rápido, un lapicero, el delineador de ojos, un papelito, un boleto de combi!, nada, nadie me pudo socorrer. Pasar por tu lado, Chino, fue lo único que me quedaba, pero tus ojos chinitos, no se dignaron a verme, saliste rápido. Maldije que seas hombre y que hagas compras casi sin pensar.
Miente quien dice que todos los chinos son iguales, tú eres diferente Chino, no los escuches, sólo están celosos. A ti te reconocería entre mil chinos, de la China. Igual te seguiría dando mi email y mi número de celular.
Meses después, te vi en el sitio favorito de Pequeña Mostra, ¡conversando con ella! Ella volvió al pedazo de barra en el que Las Mostras habíamos depositado nuestra introversión. Interrogué a Pequeña Mostra. Planeamos algo, ella volvería a hablar contigo, yo me acercaría, me presentaría, ella se iría al baño, yo podría sacarte aunque sea tu email o si no, yo podría darte, de nuevo, en una servilleta y escrito con delineador, mi email y mi número de celular.
Tus quejas, tus oseas, tu tonito pituco sabelotodo, tu desprecio ante todo lo que se movía a tu alrededor. Dijiste que nunca ibas a esa clase de sitios y luego te vi un par de veces más. Chino, bastaron dos minutos de estar a solas para que la maldición china se rompiera.
Chino, te me caíste.
Escogí una mesa estratégica, justo en tu campo visual, el Señor Monse me acompañaba. Apuré las chelas, pagué la mitad de la cuenta, el mozo trajo el recibo. Las damas primeras, me dijo Señor Monse; no, no, no seas machista, dije yo. En esas décimas de segundo te di el recibo, con mi email y mi número de celular escritos atrás. ¿No entendiste mi letra, Chino?, nunca me escribiste ni me llamaste.
Tuvieron que pasar unos cinco años para encontrarte de nuevo. Me habían sacado de mis fin de semana de pijamatodoeldía y tú eras el mismo al que no se le podía dejar de mirar. Sí, me lanzaste la maldición de la mirada china, Chino, de nuevo no podía dejar de mirarte, ¡admítelo! Te veía desde la sección de ropa de mujeres. Quería ser la vendedora que te atendió, a la que le devolviste la sonrisa. ¡Rápido, un lapicero, el delineador de ojos, un papelito, un boleto de combi!, nada, nadie me pudo socorrer. Pasar por tu lado, Chino, fue lo único que me quedaba, pero tus ojos chinitos, no se dignaron a verme, saliste rápido. Maldije que seas hombre y que hagas compras casi sin pensar.
Miente quien dice que todos los chinos son iguales, tú eres diferente Chino, no los escuches, sólo están celosos. A ti te reconocería entre mil chinos, de la China. Igual te seguiría dando mi email y mi número de celular.
Meses después, te vi en el sitio favorito de Pequeña Mostra, ¡conversando con ella! Ella volvió al pedazo de barra en el que Las Mostras habíamos depositado nuestra introversión. Interrogué a Pequeña Mostra. Planeamos algo, ella volvería a hablar contigo, yo me acercaría, me presentaría, ella se iría al baño, yo podría sacarte aunque sea tu email o si no, yo podría darte, de nuevo, en una servilleta y escrito con delineador, mi email y mi número de celular.
Tus quejas, tus oseas, tu tonito pituco sabelotodo, tu desprecio ante todo lo que se movía a tu alrededor. Dijiste que nunca ibas a esa clase de sitios y luego te vi un par de veces más. Chino, bastaron dos minutos de estar a solas para que la maldición china se rompiera.
Chino, te me caíste.
Súper Mostra
5 comentarios:
Oigan no me afane CREOO pero estoy leyendo todo el blog ....
y la pequeña mostra jue al baño por las puraas
Si oye! yo cumpli con mi papel y el chino se puso divo y la super mostra exigente! que lisura! jajaja
Pequeña Mostra
Jajaja tá bien, lo que no sirve a la basuuuuuuuuuuuura.
jajaja y la canción no podía ser otra!
saludos mostros
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