Queridas Mostras:
Las cartas son aviones o trenes para encontrarse en distintos planos, siempre paralelos a los nuestros y más allá de la distancia que los aleje. Son ronderos y fusiles para embotar la pereza en sueños de cáñamo, son brujos embriagados por la psicodelia de los árboles, son la selva como pequeños pedazos de un todo que no cabe en ningún lugar.
Me entraron ganas de compartirles una lejanía.
Abrazos y mucha luz.
Cara al sol
Este es el momento que necesitábamos, el vacío entre tus dientes y los míos, el cuerpo indecible cuando te apetece cogerme por la espalda y maldecir tu propia ausencia. No pretendo hacerme el desaparecido ni responderte con alguna prerrogativa absurda. Sucede simplemente que cuando dejas de estar la condición de ambos se anula y la historia se convierte en una metáfora corporal. De golpe forzamos la caída en el lenguaje de los otros, la perfecta dosis de precisa imbecilidad en la que se nos acusa de monos y soberbios. Te pido que me creas, hazlo por favor, es cuestión de una inocente confianza que nos exige el destino, la libertad que ansiamos cuando estas cartas que escribimos se presentan como una enfermedad anquilosante, el deterioro de la báscula cuando el peso de la pena se hace casi insostenible. Hoy vuelvo para el valle, la ciudad va perdiendo el aroma al café que hace unos años compartíamos en un vaivén enloquecedor. Salgo de tres cruces por la tarde y no sé cuando marque el regreso. Quizás en otro crepúsculo, en la insoportable tensión que sucumbe a tu pérdida, el reloj de las horas marcará nuestro retorno.
Valle del Cauca, Agosto
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